Zapatos viejos

Bueno, en mi equipaje llevo: unas zapatillas especiales para montar bicicleta, un par de sandalias y unos zapatos de diario, éstos últimos resultaron un fiasco teniendo en cuanta el poco uso que les he dado durante el viaje.
El izquierdo tenía unas pequeñas rasgaduras que se acrecentaron apenas salir de Bogotá... fué cosido adecuadamente.
El derecho se rompió levemente cuando me caí en el Desierto de la Tatacoa (todo por salir a correr para alcanzar a quedar en una bonita foto que nunca fué, el resultado: una torcedura de tobillo) y en poco tiempo el roto se convirtió en lo que ven el la foto, el colmo...
Llegando a San Agustín pasé un buen rato en un parque cosiendo dicho zapato, pero no sirvió de mucho, ya estaba desauciado el pobre.
Afortunadamente mi primo Diego, en Florencia (Caquetá) me había regalado dos pares de botas que no le quedaban muy bien y que se encuentran en perfecto estado de salud, de manera que decidí licenciar mis zapatos viejos y continuar el viaje con un par de botas que, aunque pesadas y aparatosas, estoy seguro no me dejarán botado ni permitirán que vuelva a caer presa del dolor que produce una torcedura de tobillo.

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